viernes, 12 de junio de 2009

UN APRENDIZAJE MUY ESPECIAL


Luis Eduardo Yepes es autor de un lindo cuento que en su inicio refleja la filosofía del programa AJEDREZ Y MAGIA CREADORA

"Con la fatiga acumulada durante una intensa semana en el colegio y en la casa, Laura trató de aprovechar el último rincón de tiempo de ese viernes. Deseó las buenas noches a sus seres queridos, se lavó las manos, se cepilló los dientes, se puso la piyama y se instaló cómodamente para leer algunas páginas del libro que su abuelo le había regalado.

Laura tomó el libro, acarició la portada, lo llevó a su pecho y sintió la presencia viva del abuelo, fallecido unos años atrás. Abrió las primeras páginas y buscó la dedicatoria que él le había escrito. La había leído tantas veces que ya casi se la sabía de memoria. Pero como ocurre con el poder de la palabra, parecía como si fuera la primera vez que la leía, pues ahora tenía más significado que nunca:


Ten grandes sueños y ámalos. Ellos son tus alas. Atesora toda fuente de inspiración, pues ella es el alimento de tus sueños. Toda situación, por rutinaria o difícil que sea, puedes convertirla en oportunidad para embellecer tu vida y darle propósito, no solamente para tu propio beneficio sino para el de aquellos a quienes amas. El universo es magia en abundancia y tú puedes ser portadora de esta magia.


La niña recordó al abuelo, sintió su inmenso cariño y no pudo evitar algunas lágrimas, mezcladas con un sentimiento de culpa, porque sabía que aún no era capaz de comprender y vivir esas palabras como él lo habría querido. Cerró sus ojos y se dejó llevar por la imaginación. La palabra “magia”, de aquella frase, la llevó a pensar en los magos que muestran a veces en la televisión o en el cine, que con mover su nariz o pronunciar unas cuantas palabras hacen cosas extraordinarias. Pensó en lo distinta que sería la vida con un poder así, en lo fácil que sería obtener lo que uno quisiera. Pero la fatiga le impidió seguir divagando y muy pronto cayó en un profundo sueño.

Laura, de unos once años de edad, era una niña no muy agraciada físicamente y tenía algunos complejos por no sentirse lo suficientemente atractiva. Pero lo que le faltaba de belleza corporal lo tenía de buen corazón y de pasión por vivir y aprender. Era un poco delgada, su piel era trigueña y su estatura normal para su edad. Aunque no era muy intelectual, su rendimiento en los estudios era bastante satisfactorio. Le gustaba la lectura, en especial temas que pudiera aplicar a la vida. Se podría decir que su hobby era coleccionar frases hermosas.

La niña venía haciendo meritorios esfuerzos para ayudar a evitar el desmoronamiento de su hogar. Las discusiones de sus padres se habían recrudecido en las últimas semanas y habían adquirido tal intensidad que para ella esto era indicio de un posible divorcio. Como si esto fuera poco, la situación económica del hogar, que llevaba años en un estancamiento alarmante, amenazaba con empeorar.

Para ella este conflicto era desgarrador, porque amaba por igual a su papá y a su mamá y le resultaba imposible inclinarse a favor de uno o de otro. A veces, desanimada, la niña entraban en períodos de inercia. Dejaba que los eventos simplemente ocurrieran y no sentía el entusiasmo necesario para tratar de ayudar a cambiar las cosas. Por eso mismo, el redescubrimiento del poder de aquellas palabras del abuelo significó tanto para ella, porque comprendió que era el momento de hacer algo.

En ese instante su madre la llamó a desayunar y mientras lo hacía le anunció una mañana de muchas ocupaciones, pues debía entregar un vestido a una cliente y aún le faltaba bastante para terminarlo. Un poco a regañadientes, Laura aceptó. Estaba incómoda porque la orden de su mamá le desbarataba todos los planes que tenía para jugar con sus amigas ese sábado. Le dolía además darse cuenta de la gran diferencia que existe entre tener la buena intención de hacer algo y el sacrificio que implica hacerlo realmente. No le resultó nada fácil comprobar, una vez más, aquello de que “del dicho al hecho hay un gran trecho”.

Laura asumió sus deberes de ese día y prestó una gran ayuda a su mamá, pues era de esas perfeccionistas que, cuando se deciden a hacer algo, se esmeran por hacerlo bien. Mientras colaboraba en las labores de la casa, Laura pensaba:

–Por más que busco cómo ayudar a mis padres y a nuestro hogar, sigo sin hallar nada que valga la pena. Pero creo que si me aplico en el estudio y colaboro como estoy procurando hacerlo, le estoy pidiendo al cielo una ayudita, “con hechos”, como diría el abuelo.

Con el paso de los días, Laura persistió en colaborar con sus padres e imaginar que la ayuda del cielo vendría en cualquier momento. Hacía esfuerzos concretos y pedía al cielo que llegara para todos un destino mejor. No siempre pudo mantener esta tónica, y en ocasiones llegó a sentir que su tarea era demasiado grande, pues realmente lo era para una niña de su edad.

Las semanas pasaban y la magia prometida a quienes se esfuerzan no parecía llegar propiamente. Ella fue olvidándose de su compromiso y continuó con una vida rutinaria y unas circunstancias hogareñas difíciles. Lo que no sabía era que el universo había visto su actitud y había registrado cada uno de sus esfuerzos.

Cierto día, en clase de matemáticas, el profesor dijo a los niños que recientes estudios habían comprobado que el ajedrez podía contribuir en gran medida al desarrollo de las capacidades mentales de los niños. Laura se alegró al saber esto, en especial porque había prometido a su abuelo que algún día aprendería a jugar ajedrez.

Durante varias semanas la niña buscó el tiempo o la persona adecuada para aprender a jugarlo, pero todo fue en vano: las puertas de ese mundo parecían estar cerradas. Sin embargo, cierta tarde en que estaba sentada en la banca de un parque, en espera de unas amigas, escuchó que una señora que pasaba junto a ella, irritada, decía a su hijo: “Bota ese tonto mensaje. Esos publicistas siempre buscan nuevas formas de vendernos alguna cosa”. El niño lanzó la hoja al aire, y cuando la señora y el hijo se alejaron, Laura no pudo resistir la curiosidad, así que tomó la hoja y la leyó. El mensaje tenía un hermoso diseño y decía:

Esta es una invitación especial para un niño o una niña, a una clase de inauguración, este sábado, en la nueva Escuela del Ajedrez y la Magia Creadora.

Allí se indicaba la fecha, la hora y la dirección. Laura sintió una profunda emoción, pues la información le llegaba en el momento justo. Esa noche, muy animada, le mostró la invitación a su papá. El la leyó cuidadosamente y apuntó los datos. Luego, procurando no apagar el entusiasmo de la niña, le dijo:

–No te hagas muchas ilusiones, querida Laura. En iniciativas así, muchas veces hay intereses económicos. Me duele tener que decirte que si cobran dinero por las clases, por ahora nos resultaría imposible pagarlas. Mañana verificaré de qué se trata. Veré si la entrada tiene algún el costo y qué actividades piensan desarrollar.

Tras diversas averiguaciones el padre pudo comprobar que la Escuela de Ajedrez era legítima y que contaba con el respaldo del Gran Maestro Internacional Gilberto Galarza, quien estaría presente ese día. Supo además que la sesión inicial sería gratuita y que allí enseñarían ajedrez y lo que en esa escuela denominaban Magia Creadora".

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